lunes, 1 de agosto de 2016

Blanco como la Nieve - Capítulo 1



Almikar golpeó fastidiado una de las ramas que se interpusieron en su camino al andar, el Bosque de la Medianoche era enorme y funcionaba como frontera entre el reino de los humanos o fugaces, como ellos los llamaban, y el de los vampiros; los monumentales y elevados árboles de abundantes ramas impedían que la luz llegara al suelo, era un lugar “seguro” para los oscuros al menos en ese aspecto. A pesar de eso sólo le parecía mohoso y desagradable, se suponía era un sitio especialmente peligroso, se contaba nadie regresaba jamás de ahí. De ser sincero no había esperado algo tan simple al entrar, parecía una sencilla y sucia selva cualquiera, bastante más grande, debía admitirlo al ver la altura de la vegetación, pero hasta ahora no se había encontrado nada fuera de lo común, ¿Qué clase de joyas podría encontrar en un sitio como aquel?

El joven vampiro sacó un viejo diario de su chaqueta y su vista nocturna le dejó ver claramente las letras, era el supuesto diario de un anónimo que había logrado entrar y salir del misterioso lugar, hablaba de tener alucinaciones locas tales como bestias enormes, aves brillantes y peces en los árboles. Era una verdadera locura y por ello el viejo diario estuvo olvidado en la sección de fantasía, pero era lo único que había tenido de referencia.


Las primeras páginas eran más coherentes, el sujeto debía haber comenzado a alucinar varios días después de estar allí. Al principio hablaba de un bosque justo como el que estaba viendo y casi enseguida describía seres invisibles persiguiéndolo y monstruos que salían de la nada. 


Miró con desdén a su alrededor, aquellos sitios eran más adecuados para los asquerosos lobos que para sangre Real como él. Margerith debería tener un límite para sus caprichos, decir en plena Corte que deseaba una de las gemas de aquel bosque… La chiquilla no podía disimular sus deseos por quitar del camino al fastidioso medio hermano que estorbaba en sus planes de grandeza y gloria.

Pese a que Almikar podía llamar a Margerith su media hermana lo cierto es que alguna vez había sido humana, su padre la trasformó prendado por su belleza, seguramente pensando que si tenía que elegir una compañera, una bella era la mejor opción.

Contrario a Margerith, Almikar era un vampiro nacido, un heredero puro y eso no era algo que se consiguiese con facilidad, un nacimiento de aquel tipo requería grandes sacrificios. Uno de éstos, el principal, era la muerte de la madre. La suya en especial había fallecido nada más traerlo al mundo, ni siquiera había alcanzado a sostenerlo en brazos. Margerith era ahora su madrastra y también media hermana.

A diferencia de su madre, Margerith era una muchacha caprichosa, hermosa sin duda, pero nada más, su padre se había encandilado y la había convertido volviéndola su hija y posteriormente su amante. Ella al principio se había visto conforme con su posición pero con el paso de los siglos comenzó a cambiar. Almikar sospechaba que la eternidad empezaba a hacer mella en ella como lo hacía en todos los vampiros y había comenzado a pensar en su muerte, pero dudaba que estuviese dispuesta a irse completamente de este mundo sin dejar un legado tras ella. Quería un hijo, dejar a un príncipe que siguiese manteniendo el poder que ella poseía ahora, pero eso era imposible con un heredero vivo. Por ello había hablado frente a la Corte manifestando su deseo por una de las joyas que se decía estaban escondidas en aquel bosque, provocándolo para aceptar ir por una de ellas.

“Sin duda el único que sería capaz de una proeza semejante sería Almikar, pero jamás me atrevería a pedirle una cosa como ésa. No importa la confianza que tenga en él ¿qué haría si llegase a pasarle algo?” Recordaba cada una de las palabras que le había dicho, después de un despliegue de confianza había comenzado a hablar sobre los peligros y finalmente decidido que “el príncipe vampiro” no tenía lo que se necesitaba para adentrarse en aquellos terrenos.

—Y tú, inteligente Almikar, caíste completamente en su provocación— suspiró reprendiéndose a sí mismo, desde muy joven había sabido que Margerith algún día tendría aquella postura, lo había sabido en el momento justo en que su padre la había hecho entrar al castillo. Una mujer tan vanidosa, tan arrogante y ansiosa de grandeza jamás, jamás aceptaría dejar la eternidad sino dejando un heredero en un adiós triunfal uniendo su nombre a los pergaminos Reales como madre de uno de los príncipes, reconocida y alabada aún después de marcharse de la misma muerte a una nada eterna.


Almikar llevaba ya un rato caminando cuando escuchó el crujido de pasos, y no un sonido cualquiera, sino el de algo enorme acercándose. En medio de las sombras de los árboles vio una silueta moverse, el sonido era similar al de una casa azotada por el viento, pero no había brisa alguna y ninguna pobre construcción aún en ruinas se mecería de aquel modo. Aquella cosa era alguna especie de monumental animal.


Se quedó quieto y en poco tiempo fue capaz de ver el vaho del aliento de la bestia elevarse por encima de su cabeza, empañando la visión de un par de ojos que centellaban rojos en la oscuridad. La sola visión le puso alerta, no sabía qué clase de espécimen era, así que se movió suavemente, con aquella forma sutil que caracterizaba a su raza se deslizó escondiendo su cuerpo tras uno de los enormes árboles del bosque, el tronco era tan grueso que con facilidad debería poder cubrir a tres hombres más de su tamaño. Pensó que el animal no debería ser capaz de detectarlo, su clase no tenía ni aroma ni producían sonido alguno al revolotear como sombras moviéndose entre sombras, tan imperceptibles que asustarían a quienes no conocieran su naturaleza.  

La misma naturaleza que hacía que el resto de las razas les creyeran mentirosos y tramposos, y no es que se alejaran mucho de la realidad; a diferencia de sus contrapartes “brillantes” los suyos no tenían problemas en mentir o engañar si lo creían conveniente. Eran además caprichosos y volubles, de la misma forma en que podían obsesionarse con algo al borde de la locura, si juzgaban indigno al centro de sus afectos perdían inmediatamente su pasión por ello. Lo que agregaba una cualidad más que les describía: eran egoístas.

El príncipe no estaba seguro de que todos los pertenecientes a su ralea fuesen así, pero la Familia Real sí que encajaba en la descripción, él mismo era un ejemplo perfecto, lo llevaba en sus genes, al menos en la mitad inamovible de su herencia dentro de él. Los príncipes tenían  los genes exactos del primero de los reyes vampíricos, mientras que la otra mitad era reemplazada según la madre que tuviesen, de modo que un nieto jamás tendría características de su abuela pero sí de su abuelo, esto también explicaba por qué mientras había un registro completo de cada una de las reinas madres y un deseo ferviente por no olvidarlas, no sucedía lo mismo con los reyes, pues ellos vivían en sus hijos y en los hijos de sus hijos.

 El hecho de que la herencia de las madres de cada príncipe se quedase solo en esa generación también hacía que cada reina fuese apreciada sólo por su valor y sacrificio al concebir un hijo en vez de por su linaje. La madre de Almikar, por ejemplo, debía con seguridad haber tenido algún antepasado “celestial”, lo delataba el rubio encendido en sus cabellos, llamativos y hermosos. El cabello del príncipe mezclado con su piel pálida y translúcida le daban una belleza atrayente y extraña para un oscuro.

Almikar se siguió moviendo tranquilamente de un árbol a otro, seguro en su infinita arrogancia de que no había bestia que pudiese detectarlo, sin embargo, conforme lo hacía sus pensamientos dejaron de vagar entre su familia, su descendencia o los problemas que se generaban en Palacio ahora, poco a poco fue consciente de que aquel ser lo seguía con una lentitud, que lejos de ser tranquilizante, era escalofriante. Era como el depredador que acecha a su presa y él nunca antes había sido la presa. Verse en ese lado de la cacería le irritó, pero se dijo que ya había sido bastante imprudente al tratar a Margerith como para seguir siéndolo en aquel bosque que le era completamente desconocido.

El príncipe notó que entre más se movía, la bestia parecía buscarlo con más ímpetu. La sensación de ser alcanzado en cualquier momento aumentaba a cada paso. Cuando comenzaba a resignarse a tener que enfrentarle, la sensación de matorrales lo golpeó haciéndole girarse. Hacía unos instantes no había nada ahí y ahora un grupo de altos arbustos le cubrían hasta la cintura. Frunció el ceño, confundido. El rugido de su persecutor le hizo levantar la mirada y ver por primera vez, claramente, de lo que se trataba. Un gran lobo se abalanzó sobre él, Amilkar pudo ver las enormes fauces buscando su cabeza y, por reflejo, dio un paso atrás. Los colmillos se cerraron frente a su rostro pero la sensación de uno de ellos rozando su nuca lo tomó desprevenido, por un instante fue como si sus sentidos no le sirvieran de nada. De pronto, el suelo se quebró como fino cristal bajo sus pies y se encontró cayendo.

En los escasos segundos que duró su caída, Almikar intentó descubrir qué demonios había pasado, plantas saliendo de la nada y los colmillos rozando la parte posterior de su cabeza, ¿Es que acaso había dos lobos y él no se había dado cuenta? ¡Imposible!

Sintió el agua fría recibirle en el interior de la cueva subterránea donde fue a dar y no intentó salir inmediatamente. Observando el agua que lo acogía, su mente  seguía enfocada en lo que había ocurrido afuera. Cuando se percató de que la cueva parecía estar iluminada, nadó hacia la superficie y observó el sitio en el que se encontraba ahora. Levantó ambas cejas, lejos de estar preocupado por su paradero, estaba impresionado. Tierra firme se extendía metro y medio desde las orillas de un estanque hacia las paredes rocosas que se elevaban en una cúpula hasta donde parecía estar la grieta por la que había caído.
No se escuchaban los ruidos del exterior y, de no ser por el ligero dolor de su cabeza curándose de la herida que aquel animal le había causado, juraría que había sido todo alguna especie de ilusión óptica, después de todo, los lobos más grandes debían tener un tamaño similar a un caballo, lo que debía ser casi dos metros incluyendo la cabeza y aquel, en cambio, tendría unos tres metros de altura.

Suponiendo que en la cueva estaba a salvo, Almikar dejó de mirar al techo y se concentró en llegar a la orilla, después de todo ni siquiera sabía en qué estaba sumergido. Para su agrado, al llegar a aquella superficie sólida, descubrió que el piso que rodeaba el estanque era de roca y parecía limpia. Ya estaba mojado, no quería terminar además cubierto de lodo.

Salió y se echó el cabello mojado atrás observando el lugar en el que había terminado. Era simplemente increíble, la cueva parecía de algún material semejante al granito y entre las paredes había todo tipo de piedras preciosas engarzadas en la roca. Evidentemente ninguna de aquellas rocas estaba pulida, eran piedras en bruto pero eran enormes.

Sonrió, Margerith se volvería loca si le llevaba alguna de aquellas. El príncipe rió al pensar en lo enfadada que estaría de verlo volver sano y salvo y con semejante joya, aunque primero debía lograr salir de ahí. Suspiró y comenzó a ver a su alrededor, no parecía haber alguna forma fácil de hacerlo, el techo se elevaba,  quedando la grieta por la que había caído en la cúspide de ella, justo sobre el centro de aquel depósito de agua subterránea.

—Esto no tiene buena cara— suspiró masajeándose el cuello y para su sorpresa las puntas de sus cabellos estaban secas.  Miró hacia abajo y notó que no sólo su cabello, también su camisa lo estaba, incluso sus pantalones habían comenzado a secarse. En el suelo, el agua parecía fluir con vida propia de vuelta al estanque. Aquella no era una cueva común.

Volviendo a examinarla notó que no había forma de que el lugar estuviese tan luminoso, el boquete que se había abierto debía iluminar solo una pequeña porción sobre el agua y eso suponiendo que, por algún milagro, la luz se filtrara tan intensa en el Bosque de la Medianoche como para entrar y alumbrar lo suficiente, pero no hacía falta ser un genio para saber a qué se debía el nombre del lugar.

Almikar notó que los centenares de piedras preciosas en las paredes parecían brillar y, por un segundo supuso que eran ellas las que iluminaban todo a su alrededor. Enseguida se dio cuenta que no brillaban con luz propia, no, lo hacían con el reflejo de otra luz. Su sombra reflejada en la pared le dijo rápidamente de donde provenía aquella luminiscencia; justo del estanque, tan extraña y envolvente que apenas y había podido distinguir su propia sombra. 

Sin mucha precaución y con la arrogancia que integra la valentía absoluta, Almikar se acercó a la orilla. El fondo del estanque era tan claro que se preguntó si la luz venía del agua o de la piedra misma del fondo. Aunque definitivamente no fue lo que más le sorprendió en ese momento.

En el centro, probablemente justo donde había caído él, se encontraba el cuerpo de alguien.

Desde donde estaba distinguía cabello negro y ropa blanca. Lo que había ahí no podía ser nada más que un cadáver o algún tipo de oscuro, nadie más podía tener la piel tan pálida. Intentó agudizar la vista pero, por más que intentó, no logró ver qué era lo que le sujetaba al fondo.

El cuerpo estaba rodeado de piedras preciosas y por la forma del fondo del estanque, casi gemelo al techo, daban la impresión de haber rodado hasta ahí y haber quedado esparcidas sin mucho cuidado a su alrededor. Sonrió un poco observando la etérea belleza del cadáver.


—Hubieses sido un bocado delicioso, sin duda— murmuró poniéndose en pie. Notó que sus ropas estaban ya completamente secas. Observó cómo las últimas gotas de agua fluían de sus pies a la laguna y, cuando la última gota cayó de nuevo, el estanque resplandeció. Fue un resplandor que duró apenas un par de segundos, suave  y cálido como un latido, algo que terminó por desconcertarlo. Nuevamente se acercó al filo. Al apagarse aquel suave destello todo parecía normal, o al menos eso creyó hasta ver cómo el cadáver que había estado observando comenzaba a elevarse hacía la superficie.

Almikar frunció el ceño esperando alguna especie de ataque por profanar la cueva o algún evento exagerado de aquel tipo. Alerta, observó el hermoso cuerpo llegar hasta la superficie y flotar pacíficamente. Notó como las largas pestañas abanicaban un par de veces antes de abrirse por completo y entonces para su sorpresa, aquel ser se intentó incorporar hundiéndose en el agua. Le vio abrir unos grandes ojos violetas y, antes de darse cuenta, se había lanzado al agua a sacarlo. Para suerte de ambos aquella era agua estancada, su raza tenía una especie de desagrado extremo por hundirse en aguas con corrientes a pesar de sus excelentes cualidades físicas.

El príncipe sacó al muchacho y le sostuvo dándole un par de palmadas tranquilizadoras antes de dejarlo en la orilla, no supo muy bien cuál fue su reacción pues, de ser sincero, nunca antes había ayudado a nadie.

El chico en sus brazos tosió antes verle, confundido, como si intentase reconocerlo y fallando en el intento.

—¿Quién eres?— se había llevado una mano ¿a la garganta? se escuchaba ronco y afectado.
—¿Te duele?— tal vez le dolía hablar.
—No…— negó y comenzó a incorporarse, Almikar lamentó de inmediato la pérdida de su contacto— Solo cuesta un poco…
—Mi nombre es Almikar—El chico le miró y asintió con la cabeza como señal de reconocimiento.
—Mi nombre es Neus… y agradezco profundamente tu ayuda— él se puso de pie y se encogió de hombros
—No fue nada— estaba ya casi seco, el agua nuevamente escapaba de él de vuelta a la fuente. Guardó silencio y notó que el muchacho tampoco volvía a dirigirse a él— Entonces… tu nombre es Neus…— el joven asintió mientras parecía buscar algo en la cueva, se tocó la nuca como si algo le tuviese sumamente confundido— ¿Qué sucede?—el chico meneó la cabeza negando antes de contestar.
—No veo la entrada…— su voz estaba tan ronca que a Almikar le costaba imaginar cómo sería la real.
—Al parecer esa es la única— El príncipe colocó una mano sobre el hombro de Neus mientras le señalaba el techo, casi abrazándolo, el chico dio un paso adelante alejándose de su agarre, viendo hacia donde le señalaba. Al parecer no tenía mucho interés en permanecer en sus brazos, eso era algo nuevo.

Neus observó la fisura en el techo y cerró los ojos quedándose en silencio, Almikar levantó una ceja sin entender qué pretendía. Cuando una “cuerda” cayó por la grieta en el techo se preguntó por primera vez qué demonios pasaba ahí.

—Es tiempo de salir— Almikar se sorprendió al notar que el muchacho que acababa de sacar de aquella laguna parecía tener más control de la situación que él.

Se lanzó al estanque y el príncipe le siguió. El chico nadaba bien, al parecer había parecido que se ahogaba solo por la sorpresa de despertar en medio del agua pero ¿qué demonios hacía ahí?

Ambos se sujetaron de la anónima ayuda y mientras la cuerda, que en realidad era una liana, se elevaba por alguna fuerza externa, comenzaba a hacerse una idea de la clase de sujeto con el que se había topado. Estaban ahora de frente y aunque intentaba ocultarlo podía notar la dificultad que el otro tenía para sostenerse, sin embargo no insinuaba siquiera desear su ayuda.

Almikar sabía que había gran cantidad y variedad de especies en el mundo, muchas que jamás había visto, especialmente las pertenecientes a la tierra de los iluminados. Aun así era conocido que solo una especie podía haber permanecido bajo el agua de aquella forma, una peligrosa raza que era imposible llegase hasta ahí, sin mencionar que a excepción de su exquisita belleza, Neus no tenía ninguna otra seña característica de tal estirpe.

La liana les llevó hasta el borde de la abertura, Almikar salió fácilmente y, por alguna extraña razón que ni él mismo entendió, se giró hacia Neus y le tendió la mano ayudándolo a salir. Con solo levantar la vista se encontró de frente con la gran bestia que había visto antes. La luz de la luna se filtró por las hojas y pudo verle claramente, de plateado pelaje, un ojo zafiro y el otro rubí, permaneció quieto pero amenazante frente a él.

El vampiro frunció el ceño colocando al frágil jovencito tras él, decidido a destrozar al animal de una vez por todas.
—Quédate atrás— rugió a Neus mientras los colmillos se hacían visibles cual depredador.

—Es un amigo—Escuchó la voz ronca del chico, vio de reojo tras él, sin querer apartar la vista del animal, pero éste comenzó a desaparecer lentamente. Desconcertado, Almikar se giró  hacia Neus encontrándolo abrazando la cabeza del mismo lobo que había tenido enfrente justo hacía un instante y no sólo eso, el animal bajaba la cabeza buscando el abrazo cual tranquilo cachorro.

—Estoy bien— Neus comenzó a hablarle y Amilkar dio un paso atrás revalorando su juicio en el muchacho. Ahora no parecía tan inofensivo, toda aquella situación bien podía ser alguna especie de truco. Pensó rápidamente en sus posibilidades, debería haber sabido de antemano que no se podía confiar en una cara bonita, es decir, él jamás confiaría en sí mismo, lo cual, dicho de paso, era una sabia decisión, su rostro era hermoso pero completamente engañoso.

El chico se giró hacia él y con aquella pacífica expresión se atrevió a verlo a los ojos, la experiencia no podía ser descrita como otra cosa que desconcertante para él. Verle directo a los ojos era como ver a los ojos de un niño, la limpieza e inocencia en ellos era la única cosa de un “fugaz” en este mundo que podía comprimirle el pecho e, inconscientemente, bajó la guardia.

—Nuevamente te agradezco la ayuda— Neus inclinó la cabeza mostrándole sus respetos.
Almikar decidió que podía ver a dónde le llevaba aquella conversación.

—¿Por qué estabas ahí?

—Recuperándome.

—¿Bajo el agua?— preguntó con cierta incredulidad y sarcasmo mientras una de sus perfectas cejas se arqueaba.

—¿Suena extraño?— ladeó la cabeza con absoluta y sincera curiosidad, sin mostrar perturbación alguna en su sereno rostro.

—La verdad es que lo es.

—Entonces soy extraño— dijo sin dar una respuesta real en verdad.

—¿Cuánto tiempo estuviste ahí?

—Un largo tiempo— evidentemente no quería decírselo. Bien, él no había ido a aquel bosque por que le interesaran las vidas ajenas, había ido…

—Demonios— Masculló entre dientes.

—¿Qué sucede?— Neus le vio ligeramente interesado.

—Debía sacar una de las joyas de la cueva y no lo he hecho.

—Sólo pueden sacarse las que se encuentran en el fondo del estanque—aquella no era la respuesta usual en aquel tipo de situaciones.

—¿No te molesta que tome alguna?

—¿Por qué lo haría?— bien, porque eran piedras valiosas y un tesoro difícil de compartir para sujetos comunes, pensó Almikar aunque no lo dijo— Desafortunadamente la única entrada es esta grieta, tendrás que bajar y subir por la liana— con solo salir las palabras de la boca de Neus, el formidable lobo soltó la improvisada cuerda que hasta el momento había sostenido entre sus colmillos. Ésta se deslizó dentro de la cueva— A Silver no le agradas, dice que no te ayudará— hizo una mueca al final de la frase, parecía que la garganta comenzaba a molestarle más al hablar.

Por supuesto que no le agradaba al animal, lobos y vampiros jamás habían sido compatibles.

—Me doy cuenta— la herida en su cabeza ya había desaparecido de su piel pero no de su memoria. Maldito animal—Puedo hacerlo solo de cualquier modo— rodó los ojos.

Neus observó al joven en silencio, parecía confiado y también parecía que hablaba en serio acerca de sus intenciones de volver a la caverna.

Definitivamente no sabía nada del bosque, sino habría notado, como el resto de los animales de por ahí, que Silver no estaba frente a él, sino a sus espaldas cuando salieron de la cueva subterránea.

—Quédate un tiempo conmigo— Almikar le miró desconcertado ¿Qué acababa de pedirle? Sonrió para sus adentros, así que a pesar de su apariencia desinteresada sí que era afectado por él. Aunque era raro recibir una petición como aquella con una actitud tan indiferente, la belleza del chico ameritaba que lo dejase pasar.

—¿Quieres que me quede contigo un tiempo?— bueno, al menos era lo suficientemente sensato como para saber que un tiempo es lo máximo que podría tenerlo a su lado, él no era de los que se ataban a una sola persona y menos aún siendo hermosos rostros, esos sujetos eran los más peligrosos.

—Es mi deseo, sí— Respondió y seguía tan tranquilo que deseó provocarlo.

— ¿Por qué?— la sonrisa en su rostro era algo cínica y segura.

—Voy a mostrártelo—Neus recogió una liana similar a la que Silver había dejado caer  y se la tendió a Almikar—Átala a la rama que creas te dejara bajar— el príncipe levantó una ceja observando su mano ofreciéndole la enredadera, él no recibía órdenes de nadie. El muchacho continuó observando y él terminó por tomar la liana. Saltó hacia la rama que estaba justo sobre la hendedura, pero cuando intentó tocarla, ésta desapareció.

—Qué demonios…— Había ocurrido algo similar instantes antes con el lobo que Neus llamaba Silver.

—Es por la niebla—se acercó tomando la liana en sus manos, la lanzó y ésta golpeó una rama que por un segundo se hizo visible, pero enseguida volvió a desaparecer— Este bosque tiene siempre…— le costaba hablar, pero continuó—... esta niebla, hace más fuerte a los que viven en la oscuridad y convierte el bosque en un laberinto—se aclaró la garganta, lo había hecho varias veces ya, debía lastimarle hacerlo aunque lo negara—la niebla proyecta las cosas y casi nunca están en donde las ves— Almikar le vio intrigado.

—Así que ¿quieres enseñarme a distinguir la realidad de lo que es solo un reflejo?—el ofrecimiento le intrigó aún más— ¿Por qué? –Neus le observó, tenía aquella expresión tranquila que había tenido hasta ahora.

—Porque me ayudaste— la respuesta le sonó extraña.
—Nada como esto— frunció el ceño, definitivamente no había hecho tanto como para que le revelase algo de aquella índole. Vio a su alrededor— Este bosque es un misterio desde que mi propio linaje puede recordar ¿Por qué querrías enseñarme sus secretos?
—Porque si no lo hago, morirás—Almikar torció el gesto, su expresión decía que no creía en esa posibilidad. Era un príncipe vampiro, de los más fuertes de su raza, unos cuantos animalejos no iban a asustarlo, de hecho llevaba dentro del bosque bastante rato y nada demasiado peligroso había ocurrido hasta ahora.

—Creo que me defiendo bien, belleza— el rostro de Neus mostró un gesto de enojo por primera vez ante el apelativo de “belleza”, debía recordar no repetirlo si deseaba llevarse aquel dulce a la boca.

—Es por que eras la presa de Silver, nadie se pone en el camino de Silver— ¿pero cómo demonios el lobo había podido rastrearlo?— Los animales aquí se cazan entre ellos y cuando algo externo entra, lo devoran. Ellos conocen la niebla y, cuando crees alejarte, en realidad corres hacia ellos—Almikar llevó automáticamente la mano a la nuca, donde la herida que los colmillos del lobo habían hecho ya se había esfumado.

—¿Por qué te importa lo que me pase?— Neus volvió la mirada a la grieta que daba a la cueva subterránea y entonces contestó.

—Porque me ayudaste allá abajo—el príncipe no lo creyó.

—Habrías salido sin problemas luego de superar la sorpresa—había sobre-reaccionado ahí dentro y no es algo que hiciera a menudo, de hecho jamás era un buen samaritano.

—Ese no es el punto, tú no lo pensaste al ayudarme y yo te ayudaré ahora— Almikar lo observó en silencio.

—¿Qué eres?— el chico no entendió y parpadeó varias veces demostrándolo—¿A qué raza perteneces?— aclaró.

Neus no se inmutó ante la pregunta y cuando contestó, a Almikar la situación le pareció aún más extraña.

—Soy humano— por sus ancestros, un fugaz.

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2 comentarios:

  1. La historia esta interesante, espero que pronto actualices, pues me he quedado con ganas de conocer más de Neus, besos y mucho cariño.

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    1. :D muchas gracias, espero que lo que sigue igualmente te guste!!!

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