Almikar
golpeó fastidiado una de las ramas que se interpusieron en su camino al andar,
el Bosque de la Medianoche era enorme y funcionaba como frontera
entre el reino de los humanos o fugaces, como ellos los llamaban, y el de los
vampiros; los monumentales y elevados árboles de abundantes ramas impedían que
la luz llegara al suelo, era un lugar “seguro” para los oscuros al menos en ese
aspecto. A pesar de eso sólo le parecía mohoso y desagradable, se suponía era
un sitio especialmente peligroso, se contaba nadie regresaba jamás de ahí. De
ser sincero no había esperado algo tan simple al entrar, parecía una sencilla y
sucia selva cualquiera, bastante más grande, debía admitirlo al ver la altura
de la vegetación, pero hasta ahora no se había encontrado nada fuera de lo
común, ¿Qué clase de joyas podría encontrar en un sitio como aquel?
El
joven vampiro sacó un viejo diario de su chaqueta y su vista nocturna le dejó
ver claramente las letras, era el supuesto diario de un anónimo que había logrado
entrar y salir del misterioso lugar, hablaba de tener alucinaciones locas tales
como bestias enormes, aves brillantes y peces en los árboles. Era una verdadera
locura y por ello el viejo diario estuvo olvidado en la sección de fantasía,
pero era lo único que había tenido de referencia.
Las
primeras páginas eran más coherentes, el sujeto debía haber comenzado a
alucinar varios días después de estar allí. Al principio hablaba de un bosque
justo como el que estaba viendo y casi enseguida describía seres invisibles
persiguiéndolo y monstruos que salían de la nada.
Miró
con desdén a su alrededor, aquellos sitios eran más adecuados para los
asquerosos lobos que para sangre Real como él. Margerith debería tener un límite
para sus caprichos, decir en plena Corte que deseaba una de las gemas de aquel
bosque… La chiquilla no podía disimular sus deseos por quitar del camino al
fastidioso medio hermano que estorbaba en sus planes de grandeza y gloria.
Pese
a que Almikar podía llamar a Margerith su media hermana lo cierto es que alguna
vez había sido humana, su padre la trasformó prendado por su belleza,
seguramente pensando que si tenía que elegir una compañera, una bella era la
mejor opción.
Contrario
a Margerith, Almikar era un vampiro nacido, un heredero puro y eso no era algo
que se consiguiese con facilidad, un nacimiento de aquel tipo requería grandes
sacrificios. Uno de éstos, el principal, era la muerte de la madre. La suya en
especial había fallecido nada más traerlo al mundo, ni siquiera había alcanzado
a sostenerlo en brazos. Margerith era ahora su madrastra y también media
hermana.
A
diferencia de su madre, Margerith era una muchacha caprichosa, hermosa sin
duda, pero nada más, su padre se había encandilado y la había convertido
volviéndola su hija y posteriormente su amante. Ella al principio se había
visto conforme con su posición pero con el paso de los siglos comenzó a cambiar.
Almikar sospechaba que la eternidad empezaba a hacer mella en ella como lo
hacía en todos los vampiros y había comenzado a pensar en su muerte, pero
dudaba que estuviese dispuesta a irse completamente de este mundo sin dejar un
legado tras ella. Quería un hijo, dejar a un príncipe que siguiese manteniendo
el poder que ella poseía ahora, pero eso era imposible con un heredero vivo.
Por ello había hablado frente a la Corte manifestando su deseo por una de las
joyas que se decía estaban escondidas en aquel bosque, provocándolo para
aceptar ir por una de ellas.
“Sin
duda el único que sería capaz de una proeza semejante sería Almikar, pero jamás
me atrevería a pedirle una cosa como ésa. No importa la confianza que tenga en
él ¿qué haría si llegase a pasarle algo?” Recordaba cada una de las palabras
que le había dicho, después de un despliegue de confianza había comenzado a
hablar sobre los peligros y finalmente decidido que “el príncipe vampiro” no
tenía lo que se necesitaba para adentrarse en aquellos terrenos.
—Y
tú, inteligente Almikar, caíste completamente en su provocación— suspiró
reprendiéndose a sí mismo, desde muy joven había sabido que Margerith algún día
tendría aquella postura, lo había sabido en el momento justo en que su padre la
había hecho entrar al castillo. Una mujer tan vanidosa, tan arrogante y ansiosa
de grandeza jamás, jamás aceptaría
dejar la eternidad sino dejando un heredero en un adiós triunfal uniendo su
nombre a los pergaminos Reales como madre de uno de los príncipes, reconocida y
alabada aún después de marcharse de la misma muerte a una nada eterna.
Almikar
llevaba ya un rato caminando cuando escuchó el crujido de pasos, y no un sonido
cualquiera, sino el de algo enorme acercándose. En medio de las sombras de los
árboles vio una silueta moverse, el
sonido era similar al de una casa azotada por el viento, pero no había brisa
alguna y ninguna pobre construcción aún en ruinas se mecería de aquel modo.
Aquella cosa era alguna especie de monumental animal.
Se
quedó quieto y en poco tiempo fue capaz de ver el vaho del aliento de la bestia
elevarse por encima de su cabeza, empañando la visión de un par de ojos que
centellaban rojos en la oscuridad. La sola visión le puso alerta, no sabía qué
clase de espécimen era, así que se movió suavemente, con aquella forma sutil
que caracterizaba a su raza se deslizó escondiendo su cuerpo tras uno de los
enormes árboles del bosque, el tronco era tan grueso que con facilidad debería
poder cubrir a tres hombres más de su tamaño. Pensó que el animal no debería
ser capaz de detectarlo, su clase no tenía ni aroma ni producían sonido alguno
al revolotear como sombras moviéndose entre sombras, tan imperceptibles que
asustarían a quienes no conocieran su naturaleza.
La
misma naturaleza que hacía que el resto de las razas les creyeran mentirosos y
tramposos, y no es que se alejaran mucho de la realidad; a diferencia de sus
contrapartes “brillantes” los suyos no tenían problemas en mentir o engañar si
lo creían conveniente. Eran además caprichosos y volubles, de la misma forma en
que podían obsesionarse con algo al borde de la locura, si juzgaban indigno al
centro de sus afectos perdían inmediatamente su pasión por ello. Lo que
agregaba una cualidad más que les describía: eran egoístas.
El
príncipe no estaba seguro de que todos los pertenecientes a su ralea fuesen así,
pero la Familia Real sí que encajaba en la descripción, él mismo era un ejemplo
perfecto, lo llevaba en sus genes, al menos en la mitad inamovible de su
herencia dentro de él. Los príncipes tenían los genes exactos del primero de los reyes
vampíricos, mientras que la otra mitad era reemplazada según la madre que
tuviesen, de modo que un nieto jamás tendría características de su abuela pero
sí de su abuelo, esto también explicaba por qué mientras había un registro
completo de cada una de las reinas madres y un deseo ferviente por no
olvidarlas, no sucedía lo mismo con los reyes, pues ellos vivían en sus hijos y
en los hijos de sus hijos.
El hecho de que la herencia de las madres de
cada príncipe se quedase solo en esa generación también hacía que cada reina
fuese apreciada sólo por su valor y sacrificio al concebir un hijo en vez de
por su linaje. La madre de Almikar, por ejemplo, debía con seguridad haber
tenido algún antepasado “celestial”, lo delataba el rubio encendido en sus
cabellos, llamativos y hermosos. El cabello del príncipe mezclado con su piel
pálida y translúcida le daban una belleza atrayente y extraña para un oscuro.
Almikar
se siguió moviendo tranquilamente de un árbol a otro, seguro en su infinita
arrogancia de que no había bestia que pudiese detectarlo, sin embargo, conforme
lo hacía sus pensamientos dejaron de vagar entre su familia, su descendencia o
los problemas que se generaban en Palacio ahora, poco a poco fue consciente de
que aquel ser lo seguía con una lentitud, que lejos de ser tranquilizante, era
escalofriante. Era como el depredador que acecha a su presa y él nunca antes
había sido la presa. Verse en ese lado de la cacería le irritó, pero se dijo
que ya había sido bastante imprudente al tratar a Margerith como para seguir
siéndolo en aquel bosque que le era completamente desconocido.
El
príncipe notó que entre más se movía, la bestia parecía buscarlo con más
ímpetu. La sensación de ser alcanzado en cualquier momento aumentaba a cada
paso. Cuando comenzaba a resignarse a tener que enfrentarle, la sensación de matorrales
lo golpeó haciéndole girarse. Hacía unos instantes no había nada ahí y ahora un
grupo de altos arbustos le cubrían hasta la cintura. Frunció el ceño,
confundido. El rugido de su persecutor le hizo levantar la mirada y ver por primera
vez, claramente, de lo que se trataba. Un gran lobo se abalanzó sobre él,
Amilkar pudo ver las enormes fauces buscando su cabeza y, por reflejo, dio un
paso atrás. Los colmillos se cerraron frente a su rostro pero la sensación de
uno de ellos rozando su nuca lo tomó desprevenido, por un instante fue como si
sus sentidos no le sirvieran de nada. De pronto, el suelo se quebró como fino
cristal bajo sus pies y se encontró cayendo.
En
los escasos segundos que duró su caída, Almikar intentó descubrir qué demonios
había pasado, plantas saliendo de la nada y los colmillos rozando la parte
posterior de su cabeza, ¿Es que acaso había dos lobos y él no se había dado
cuenta? ¡Imposible!
Sintió
el agua fría recibirle en el interior de la cueva subterránea donde fue a dar y
no intentó salir inmediatamente. Observando el agua que lo acogía, su
mente seguía enfocada en lo que había
ocurrido afuera. Cuando se percató de que la cueva parecía estar iluminada,
nadó hacia la superficie y observó el sitio en el que se encontraba ahora.
Levantó ambas cejas, lejos de estar preocupado por su paradero, estaba
impresionado. Tierra firme se extendía metro y medio desde las orillas de un
estanque hacia las paredes rocosas que se elevaban en una cúpula hasta donde
parecía estar la grieta por la que había caído.
No
se escuchaban los ruidos del exterior y, de no ser por el ligero dolor de su
cabeza curándose de la herida que aquel animal le había causado, juraría que
había sido todo alguna especie de ilusión óptica, después de todo, los lobos más
grandes debían tener un tamaño similar a un caballo, lo que debía ser casi dos
metros incluyendo la cabeza y aquel, en cambio, tendría unos tres metros de
altura.
Suponiendo
que en la cueva estaba a salvo, Almikar dejó de mirar al techo y se concentró
en llegar a la orilla, después de todo ni siquiera sabía en qué estaba sumergido.
Para su agrado, al llegar a aquella superficie sólida, descubrió que el piso
que rodeaba el estanque era de roca y parecía limpia. Ya estaba mojado, no
quería terminar además cubierto de lodo.
Salió
y se echó el cabello mojado atrás observando el lugar en el que había terminado.
Era simplemente increíble, la cueva parecía de algún material semejante al granito
y entre las paredes había todo tipo de piedras preciosas engarzadas en la roca.
Evidentemente ninguna de aquellas rocas estaba pulida, eran piedras en bruto
pero eran enormes.
Sonrió,
Margerith se volvería loca si le llevaba alguna de aquellas. El príncipe rió al
pensar en lo enfadada que estaría de verlo volver sano y salvo y con semejante joya,
aunque primero debía lograr salir de ahí. Suspiró y comenzó a ver a su
alrededor, no parecía haber alguna forma fácil de hacerlo, el techo se elevaba,
quedando la grieta por la que había caído
en la cúspide de ella, justo sobre el centro de aquel depósito de agua
subterránea.
—Esto
no tiene buena cara— suspiró masajeándose el cuello y para su sorpresa las
puntas de sus cabellos estaban secas.
Miró hacia abajo y notó que no sólo su cabello, también su camisa lo
estaba, incluso sus pantalones habían comenzado a secarse. En el suelo, el agua
parecía fluir con vida propia de vuelta al estanque. Aquella no era una cueva
común.
Volviendo
a examinarla notó que no había forma de que el lugar estuviese tan luminoso, el
boquete que se había abierto debía iluminar solo una pequeña porción sobre el agua
y eso suponiendo que, por algún milagro, la luz se filtrara tan intensa en el Bosque
de la Medianoche como para entrar y alumbrar lo suficiente, pero no hacía falta
ser un genio para saber a qué se debía el nombre del lugar.
Almikar
notó que los centenares de piedras preciosas en las paredes parecían brillar y,
por un segundo supuso que eran ellas las que iluminaban todo a su alrededor. Enseguida
se dio cuenta que no brillaban con luz propia, no, lo hacían con el reflejo de
otra luz. Su sombra reflejada en la pared le dijo rápidamente de donde provenía
aquella luminiscencia; justo del estanque, tan extraña y envolvente que apenas
y había podido distinguir su propia sombra.
Sin
mucha precaución y con la arrogancia que integra la valentía absoluta, Almikar
se acercó a la orilla. El fondo del estanque era tan claro que se preguntó si
la luz venía del agua o de la piedra misma del fondo. Aunque definitivamente no
fue lo que más le sorprendió en ese momento.
En
el centro, probablemente justo donde había caído él, se encontraba el cuerpo de
alguien.
Desde
donde estaba distinguía cabello negro y ropa blanca. Lo que había ahí no podía
ser nada más que un cadáver o algún tipo de oscuro, nadie más podía tener la
piel tan pálida. Intentó agudizar la vista pero, por más que intentó, no logró
ver qué era lo que le sujetaba al fondo.
El
cuerpo estaba rodeado de piedras preciosas y por la forma del fondo del
estanque, casi gemelo al techo, daban la impresión de haber rodado hasta ahí y
haber quedado esparcidas sin mucho cuidado a su alrededor. Sonrió un poco
observando la etérea belleza del cadáver.
—Hubieses
sido un bocado delicioso, sin duda— murmuró poniéndose en pie. Notó que sus ropas
estaban ya completamente secas. Observó cómo las últimas gotas de agua fluían
de sus pies a la laguna y, cuando la última gota cayó de nuevo, el estanque
resplandeció. Fue un resplandor que duró apenas un par de segundos, suave y cálido como un latido, algo que terminó por
desconcertarlo. Nuevamente se acercó al filo. Al apagarse aquel suave destello todo
parecía normal, o al menos eso creyó hasta ver cómo el cadáver que había estado
observando comenzaba a elevarse hacía la superficie.
Almikar
frunció el ceño esperando alguna especie de ataque por profanar la cueva o algún
evento exagerado de aquel tipo. Alerta, observó el hermoso cuerpo llegar hasta
la superficie y flotar pacíficamente. Notó como las largas pestañas abanicaban
un par de veces antes de abrirse por completo y entonces para su sorpresa, aquel
ser se intentó incorporar hundiéndose en el agua. Le vio abrir unos grandes
ojos violetas y, antes de darse cuenta, se había lanzado al agua a sacarlo.
Para suerte de ambos aquella era agua estancada, su raza tenía una especie de
desagrado extremo por hundirse en aguas con corrientes a pesar de sus excelentes
cualidades físicas.
El
príncipe sacó al muchacho y le sostuvo dándole un par de palmadas
tranquilizadoras antes de dejarlo en la orilla, no supo muy bien cuál fue su
reacción pues, de ser sincero, nunca antes había ayudado a nadie.
El
chico en sus brazos tosió antes verle, confundido, como si intentase
reconocerlo y fallando en el intento.
—¿Quién
eres?— se había llevado una mano ¿a la garganta? se escuchaba ronco y afectado.
—¿Te
duele?— tal vez le dolía hablar.
—No…—
negó y comenzó a incorporarse, Almikar lamentó de inmediato la pérdida de su
contacto— Solo cuesta un poco…
—Mi
nombre es Almikar—El chico le miró y asintió con la cabeza como señal de
reconocimiento.
—Mi
nombre es Neus… y agradezco profundamente tu ayuda— él se puso de pie y se
encogió de hombros
—No
fue nada— estaba ya casi seco, el agua nuevamente escapaba de él de vuelta a la
fuente. Guardó silencio y notó que el muchacho tampoco volvía a dirigirse a él—
Entonces… tu nombre es Neus…— el joven asintió mientras parecía buscar algo en
la cueva, se tocó la nuca como si algo le tuviese sumamente confundido— ¿Qué sucede?—el
chico meneó la cabeza negando antes de contestar.
—No
veo la entrada…— su voz estaba tan ronca que a Almikar le costaba imaginar cómo
sería la real.
—Al
parecer esa es la única— El príncipe colocó una mano sobre el hombro de Neus
mientras le señalaba el techo, casi abrazándolo, el chico dio un paso adelante
alejándose de su agarre, viendo hacia donde le señalaba. Al parecer no tenía
mucho interés en permanecer en sus brazos, eso era algo nuevo.
Neus
observó la fisura en el techo y cerró los ojos quedándose en silencio, Almikar
levantó una ceja sin entender qué pretendía. Cuando una “cuerda” cayó por la
grieta en el techo se preguntó por primera vez qué demonios pasaba ahí.
—Es
tiempo de salir— Almikar se sorprendió al notar que el muchacho que acababa de
sacar de aquella laguna parecía tener más control de la situación que él.
Se
lanzó al estanque y el príncipe le siguió. El chico nadaba bien, al parecer
había parecido que se ahogaba solo por la sorpresa de despertar en medio del
agua pero ¿qué demonios hacía ahí?
Ambos
se sujetaron de la anónima ayuda y mientras la cuerda, que en realidad era una
liana, se elevaba por alguna fuerza externa, comenzaba a hacerse una idea de la
clase de sujeto con el que se había topado. Estaban ahora de frente y aunque
intentaba ocultarlo podía notar la dificultad que el otro tenía para
sostenerse, sin embargo no insinuaba siquiera desear su ayuda.
Almikar
sabía que había gran cantidad y variedad de especies en el mundo, muchas que
jamás había visto, especialmente las pertenecientes a la tierra de los
iluminados. Aun así era conocido que solo una especie podía haber permanecido
bajo el agua de aquella forma, una peligrosa raza que era imposible llegase
hasta ahí, sin mencionar que a excepción de su exquisita belleza, Neus no tenía
ninguna otra seña característica de tal estirpe.
La
liana les llevó hasta el borde de la abertura, Almikar salió fácilmente y, por
alguna extraña razón que ni él mismo entendió, se giró hacia Neus y le tendió
la mano ayudándolo a salir. Con solo levantar la vista se encontró de frente con
la gran bestia que había visto antes. La luz de la luna se filtró por las hojas
y pudo verle claramente, de plateado pelaje, un ojo zafiro y el otro rubí,
permaneció quieto pero amenazante frente a él.
El
vampiro frunció el ceño colocando al frágil jovencito tras él, decidido a
destrozar al animal de una vez por todas.
—Quédate
atrás— rugió a Neus mientras los colmillos se hacían visibles cual depredador.
—Es
un amigo—Escuchó la voz ronca del chico, vio de reojo tras él, sin querer
apartar la vista del animal, pero éste comenzó a desaparecer lentamente. Desconcertado,
Almikar se giró hacia Neus encontrándolo
abrazando la cabeza del mismo lobo que había tenido enfrente justo hacía un
instante y no sólo eso, el animal bajaba la cabeza buscando el abrazo cual
tranquilo cachorro.
—Estoy
bien— Neus comenzó a hablarle y Amilkar dio un paso atrás revalorando su juicio
en el muchacho. Ahora no parecía tan inofensivo, toda aquella situación bien
podía ser alguna especie de truco. Pensó rápidamente en sus posibilidades,
debería haber sabido de antemano que no se podía confiar en una cara bonita, es
decir, él jamás confiaría en sí mismo, lo cual, dicho de paso, era una sabia
decisión, su rostro era hermoso pero completamente engañoso.
El
chico se giró hacia él y con aquella pacífica expresión se atrevió a verlo a
los ojos, la experiencia no podía ser descrita como otra cosa que
desconcertante para él. Verle directo a los ojos era como ver a los ojos de un
niño, la limpieza e inocencia en ellos era la única cosa de un “fugaz” en este
mundo que podía comprimirle el pecho e, inconscientemente, bajó la guardia.
—Nuevamente
te agradezco la ayuda— Neus inclinó la cabeza mostrándole sus respetos.
Almikar decidió
que podía ver a dónde le llevaba aquella conversación.
—¿Por
qué estabas ahí?
—Recuperándome.
—¿Bajo
el agua?— preguntó con cierta incredulidad y sarcasmo mientras una de sus
perfectas cejas se arqueaba.
—¿Suena
extraño?— ladeó la cabeza con absoluta y sincera curiosidad, sin mostrar
perturbación alguna en su sereno rostro.
—La
verdad es que lo es.
—Entonces
soy extraño— dijo sin dar una respuesta real en verdad.
—¿Cuánto
tiempo estuviste ahí?
—Un
largo tiempo— evidentemente no quería decírselo. Bien, él no había ido a aquel
bosque por que le interesaran las vidas ajenas, había ido…
—Demonios—
Masculló entre dientes.
—¿Qué
sucede?— Neus le vio ligeramente interesado.
—Debía
sacar una de las joyas de la cueva y no lo he hecho.
—Sólo
pueden sacarse las que se encuentran en el fondo del estanque—aquella no era la
respuesta usual en aquel tipo de situaciones.
—¿No
te molesta que tome alguna?
—¿Por
qué lo haría?— bien, porque eran piedras valiosas y un tesoro difícil de
compartir para sujetos comunes, pensó Almikar aunque no lo dijo—
Desafortunadamente la única entrada es esta grieta, tendrás que bajar y subir
por la liana— con solo salir las palabras de la boca de Neus, el formidable
lobo soltó la improvisada cuerda que hasta el momento había sostenido entre sus
colmillos. Ésta se deslizó dentro de la cueva— A Silver no le agradas, dice que
no te ayudará— hizo una mueca al final de la frase, parecía que la garganta
comenzaba a molestarle más al hablar.
Por
supuesto que no le agradaba al animal, lobos y vampiros jamás habían sido
compatibles.
—Me
doy cuenta— la herida en su cabeza ya había desaparecido de su piel pero no de
su memoria. Maldito animal—Puedo hacerlo solo de cualquier modo— rodó los ojos.
Neus
observó al joven en silencio, parecía confiado y también parecía que hablaba en
serio acerca de sus intenciones de volver a la caverna.
Definitivamente
no sabía nada del bosque, sino habría notado, como el resto de los animales de
por ahí, que Silver no estaba frente a él, sino a sus espaldas cuando salieron
de la cueva subterránea.
—Quédate
un tiempo conmigo— Almikar le miró desconcertado ¿Qué acababa de pedirle? Sonrió
para sus adentros, así que a pesar de su apariencia desinteresada sí que era
afectado por él. Aunque era raro recibir una petición como aquella con una
actitud tan indiferente, la belleza del chico ameritaba que lo dejase pasar.
—¿Quieres
que me quede contigo un tiempo?— bueno, al menos era lo suficientemente sensato
como para saber que un tiempo es lo máximo que podría tenerlo a su lado, él no
era de los que se ataban a una sola persona y menos aún siendo hermosos rostros,
esos sujetos eran los más peligrosos.
—Es
mi deseo, sí— Respondió y seguía tan tranquilo que deseó provocarlo.
—
¿Por qué?— la sonrisa en su rostro era algo cínica y segura.
—Voy
a mostrártelo—Neus recogió una liana similar a la que Silver había dejado caer y se la tendió a Almikar—Átala a la rama que
creas te dejara bajar— el príncipe levantó una ceja observando su mano ofreciéndole
la enredadera, él no recibía órdenes de nadie. El muchacho continuó observando
y él terminó por tomar la liana. Saltó hacia la rama que estaba justo sobre la hendedura,
pero cuando intentó tocarla, ésta desapareció.
—Qué
demonios…— Había ocurrido algo similar instantes antes con el lobo que Neus
llamaba Silver.
—Es
por la niebla—se acercó tomando la liana en sus manos, la lanzó y ésta golpeó
una rama que por un segundo se hizo visible, pero enseguida volvió a
desaparecer— Este bosque tiene siempre…— le costaba hablar, pero continuó—... esta
niebla, hace más fuerte a los que viven en la oscuridad y convierte el bosque
en un laberinto—se aclaró la garganta, lo había hecho varias veces ya, debía lastimarle
hacerlo aunque lo negara—la niebla proyecta las cosas y casi nunca están en
donde las ves— Almikar le vio intrigado.
—Así
que ¿quieres enseñarme a distinguir la realidad de lo que es solo un reflejo?—el
ofrecimiento le intrigó aún más— ¿Por qué? –Neus le observó, tenía aquella
expresión tranquila que había tenido hasta ahora.
—Porque
me ayudaste— la respuesta le sonó extraña.
—Nada
como esto— frunció el ceño, definitivamente no había hecho tanto como para que
le revelase algo de aquella índole. Vio a su alrededor— Este bosque es un
misterio desde que mi propio linaje puede recordar ¿Por qué querrías enseñarme
sus secretos?
—Porque
si no lo hago, morirás—Almikar torció el gesto, su expresión decía que no creía
en esa posibilidad. Era un príncipe vampiro, de los más fuertes de su raza,
unos cuantos animalejos no iban a asustarlo, de hecho llevaba dentro del bosque
bastante rato y nada demasiado peligroso había ocurrido hasta ahora.
—Creo
que me defiendo bien, belleza— el rostro de Neus mostró un gesto de enojo por
primera vez ante el apelativo de “belleza”, debía recordar no repetirlo si
deseaba llevarse aquel dulce a la boca.
—Es
por que eras la presa de Silver, nadie se pone en el camino de Silver— ¿pero
cómo demonios el lobo había podido rastrearlo?— Los animales aquí se cazan
entre ellos y cuando algo externo entra, lo devoran. Ellos conocen la niebla y,
cuando crees alejarte, en realidad corres hacia ellos—Almikar llevó
automáticamente la mano a la nuca, donde la herida que los colmillos del lobo
habían hecho ya se había esfumado.
—¿Por
qué te importa lo que me pase?— Neus volvió la mirada a la grieta que daba a la
cueva subterránea y entonces contestó.
—Porque
me ayudaste allá abajo—el príncipe no lo creyó.
—Habrías
salido sin problemas luego de superar la sorpresa—había sobre-reaccionado ahí
dentro y no es algo que hiciera a menudo, de hecho jamás era un buen
samaritano.
—Ese
no es el punto, tú no lo pensaste al ayudarme y yo te ayudaré ahora— Almikar lo
observó en silencio.
—¿Qué
eres?— el chico no entendió y parpadeó varias veces demostrándolo—¿A qué raza
perteneces?— aclaró.
Neus
no se inmutó ante la pregunta y cuando contestó, a Almikar la situación le
pareció aún más extraña.
—Soy
humano— por sus ancestros, un fugaz.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.
La historia esta interesante, espero que pronto actualices, pues me he quedado con ganas de conocer más de Neus, besos y mucho cariño.
ResponderEliminar:D muchas gracias, espero que lo que sigue igualmente te guste!!!
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