miércoles, 18 de abril de 2018

Cinderella 12


Capítulo 12

El día de la boda un hombre con una capucha café se movía entre la gente del pueblo, aquel día el reino estaba de fiesta, el príncipe Maximilian se casaría con quien había elegido, un rubio hermoso al que todos en el pueblo querían… aquel sin duda era un día feliz para todos.

Sólo la madre del muchacho y su hermana se encontraban revolcándose en su miseria, no sólo no habían conseguido lo que deseaban, además habían sufrido grandes pérdidas. Debora ya no tenía permitido llamarse a sí misma condesa y además el título de conde así como todas sus propiedades habían sido conferidas al muchacho que ambas habían despreciado.

Ellas ni siquiera tenían permitido asistir a la boda y presumir de su posición, los demás no sabían de su actual relación con Desya,  podrían haber aprovechado el evento para conseguir un buen partido para Serena antes de que la bomba explotara, pero el rey se les había adelantado prohibiéndoles asistir. No eran idiotas, no haciéndolo público ya estaba siendo bastante piadoso, si se atrevían a ir, quién sabe lo que ese hombre podría hacerles.

No podían siquiera asistir a la ceremonia ¡¡mucho menos a la celebración en palacio!! Ambas mujeres estaban listas para llorar sangre, ellas no sabían cómo se las arreglarían para mantener su estilo de vida de ahora en adelante.

Contrario al actual estado de ánimo de Serena y Debora, el hombre encapuchado que observaba discretamente la boda desde la multitud en la puerta de la iglesia sonrió suavemente, al ver a aquel jover rubio ser tomado entre los brazos de un castaño que besó suavemente sus labios. Suspiró con un poco de alivio, Desya parecía estar bien, solo con ese conocimiento era suficiente para regresar a su lugar en el bosque, se dio media vuelta y escabulléndose entre la gente tomó su caballo para marcharse, pero unos ojos azules lograron verlo, unos ojos azules que no estuvieron nada felices de ver que su mascota se había escapado de su prisión.

Por su parte, Desya y Maximiliam acababan de casarse, un beso había sellado el contraro y el príncipe sostenía al rubio contra su cuerpo satisfecho de su ‘adquisición’; cuando el manto de la noche cayera volviendo el mundo penumbras, él tendría en su habitación su luz propia, gimiendo bajo su cuerpo.

Sabía que después de casarse solo sería cuestión de tiempo el domar a su ladronzuelo, pero sin duda el que su propia familia lo rechazara había ayudado bastante, por el momento Desya estaba destrozado y se aferraba a él como un náufrago a su tabla, para cuando superara la depresión sería demasiado tarde, ya se habría adueñado de cada molécula de su ser.

Aquella tarde la fiesta se celebró en grande en el castillo, las damas y cortesanas bailaban por todo el salón, simplemente todo el pueblo estaba invitado para el convite, Desya solo se mantenía junto a su marido. A Maximilian por supuesto no le molestaba, lo mantenía sujeto por la cintura incitándolo a recargarse en él y Desya no podía esperar a refugiarse entre aquellos brazos protectores.

El castillo estaba repleto de gente, pero he ahí que su soberano no se encontraba presente, de hecho estaba cabalgando bosque adentro, donde desde hacía años se había prohibido la entrada  por protección a los siervos del rey, solo los soldados más allegados y de más confianza de la corte podían cabalgar por aquellos senderos.

Entró estrepitosamente en la cabaña donde un hombre rubio se encontraba mirando por la ventana, parecía ido y se sobresaltó al ver a su rey entrar de aquella forma.

— ¡¿Por qué demonios lo hiciste?!— parecía furioso y el otro solo retrocedió. Demonios, lo había visto… él sabía cómo se ponía su rey cuando salía pero tenía la esperanza de que entre la fiesta y toda esa gente no se diera cuenta de su presencia.

—Es… es mi hijo… solo quería verlo—se justificó pero el castaño solo lanzó la silla que se interpuso entre él y su amante, haciéndola estrellarse contra la pared.

— ¿Tu hijo? Claro, por supuesto, te importa el hijo que tuviste con esa perra… ¿la buscaste de paso? Ya que estabas por ahí podrían recordar viejos tiempos— acorraló al rubio, se había encargado de debilitarlo de forma que era dominante en todos los sentidos.

—Sabes que ya no pienso en ella— alegó lastimeramente, el otro le tomó el rostro de forma brusca.

—¿No lo haces? ¿En serio? ¿No sueñas con ella cuando no estoy aquí? Después de todo por ella viniste a mi ¿no? Para protegerla…- siseó entre dientes.

—A ella y a mis hijos… la amé… o eso creí, pero solo te pertenezco a ti ahora— habló intentando apaciguar la ira de su rey.

—Sí, solo a mi… y creo que es tiempo de que recibas un castigo de tu dueño… híncate— ordenó con fuerza y el rubio le vio como si esperase que recapacitara pero los ojos del castaño solo le indicaron que debía obedecer… lentamente sus rodillas se doblaron y cayó hincado frente al castaño que le tomó por el cabello.

—Ahora… recuerdas cómo se hace ¿verdad?— el rubio solo cerró los ojos con expresión amarga.
Sabía a qué se refería, cuando lo había llevado ahí lo había obligado a hacer el mismo ritual muchas veces.

Levantó los ojos como esperando que su rey se arrepintiera pero no sucedió, bajó la cabeza y besó sus botas, primero una y después la otra, se levantó y se quitó sus ropas mientras su rey se sentaba en la cama observándolo, él se sonrojó y comenzó a acariciar su cuerpo, sus manos pasearon por cada rincón de su piel y se masturbó como solía hacerlo siempre que su rey se lo pedía.

—Abre más las piernas y complácete también por detrás— el rubio apretó los ojos y obedeció… suaves gemidos salieron de sus labios y se puso a gatas en el suelo después, sosteniéndose con sus hombros, una mano masturbaba su miembro y la otra acariciaba su entrada hundiendo sus dedos en su estrecha cavidad y no le gustaba, se sentía sucio, rebajado y asqueado… peor  aún, la mirada azul sobre su cuerpo todavía le hacía latir el corazón… lo cual no hacía que se sintiese mejor, solo lo quebraba un poco más.

—Por favor mi rey…no más…— suplicó queriendo levantarse.

—Quédate donde estas— ordenó el castaño— continua, me gusta verte como el perro en celo que eres… — el rubio no volvió a mirarle, continuó con lo que hacía y el castaño le observó, pero algo estaba mal, después de un rato en silencio decidió hablar— Ahora acércate a mí— el rubio levantó el rostro, estaba bañado en lágrimas y al levantarse corrió entre sus piernas un hilo de sangre, se había lastimado a sí mismo… y el rey se quedó sin palabras… no supo reaccionar; se quedó inmóvil.

—¿Qué desea que haga amo?— la voz del rubio se escuchó ahogada por el llanto.

—Ven aquí— le ordenó más suavemente y cuando lo tuvo cerca lo tumbó en la cama, lo tumbó y le abrazó contra sí— Lo lamento… pensarte con ella me descontrola…—el rubio simplemente se acurrucó contra él soltando las últimas lagrimas que quedaban en sus ojos, estar con el castaño siempre le había reconfortado, desde que eran pequeños… mucho antes de que sus padres le presentaran a la que sería su prometida, desde antes de que se casara y nacieran sus hijos, desde antes de que su amigo se volviese rey y le recluyera en aquella cabaña como propiedad suya, desde mucho antes de todo aquello, desde antes los brazos del castaño siempre habían sido cálidos…

—Desde el momento en que pisé esta cabaña, no volví a pensar en ella… tu ocupas todos mis sentidos… pero mi hijo… por favor que no pase por esto… no me importa si me humillas… te necesito más que al aire… pero él… él no se merece eso…— Alastor pensó que aquellas palabras lejos de ser halagadoras le pesaban en el alma, Miller lo decía constantemente “te necesito” pero aquellas palabras siempre sonaban a condena.

—Desya… es el único hijo que tengo… ¿crees que no lo sé? Serena no es mi sangre, mi mujer ya me engañaba bastante antes de que ella naciera- murmuró.

—No pensé que lo supieses— Miles acarició descuidadamente el cabello de Miller. Este se quedó en silencio donde estaba, no se movía de los brazos del otro para no molestarlo.

—Vivíamos en el condado por aquel tiempo, cuando supe que me engañaba Desya tenía un año así que decidí mudarme al pueblo-. Se encogió de hombros, jamás le había importado.

Por aquellas fechas Miller vivía aún en el condado y ya había comenzado a darse cuenta de que no amaba a su esposa como había creído hacerlo, a veces lo único que le animaba a volver a casa era la imagen de su hijo.

Alastor constantemente le invitaba a palacio, bebían, salían de caza o simplemente hablaban, se culpaba del fracaso de su matrimonio así que solo pensó en estar cerca de su amigo y distraerse haciéndose de la vista gorda mientras su esposa le engañaba, con tal pensamiento se mudó al pueblo nuevamente cuando ella decidió que necesitaba vivir en la ciudad.

Para Miller estar con Alastor era perderse en el tiempo y a veces pensaba que de tener a Desya con él en aquellas salidas seguramente no volvería a su casa, pero su esposa no era tan tonta, jamás le dejaba sacar al niño y él, algo culpable por su falta de amor por ella le complacía, igual que después perdonó cada infidelidad sin siquiera mencionarlo, hasta que había sucedido lo inevitable, hasta que el hombre que siempre había sido su amigo se había vuelto rey y entonces las cosas habían cambiado.

Alastor ahora no solo era su rey también era su amo y hacía mucho ya lo había aceptado. Había abandonado a su pequeño para protegerlo de los celos de su amo, el que no diferenciaba el amor de amante del amor de padre, para él cualquier cosa que le robase un poco de su atención era su enemigo pero aunque quisiera él no podía sacárselo de su cabeza. Por suerte aunque le había valido un castigo había podido ver a su hijo aquella tarde, no parecía infeliz mientras se casaba, tal vez su historia fuese diferente.