Capítulo 12
El día de la boda un
hombre con una capucha café se movía entre la gente del pueblo, aquel día el
reino estaba de fiesta, el príncipe Maximilian se casaría con quien había
elegido, un rubio hermoso al que todos en el pueblo querían… aquel sin duda era
un día feliz para todos.
Sólo la madre del
muchacho y su hermana se encontraban revolcándose en su miseria, no sólo no
habían conseguido lo que deseaban, además habían sufrido grandes pérdidas.
Debora ya no tenía permitido llamarse a sí misma condesa y además el título de
conde así como todas sus propiedades habían sido conferidas al muchacho que
ambas habían despreciado.
Ellas ni siquiera
tenían permitido asistir a la boda y presumir de su posición, los demás no
sabían de su actual relación con Desya, podrían haber aprovechado el evento para conseguir
un buen partido para Serena antes de que la bomba explotara, pero el rey se les
había adelantado prohibiéndoles asistir. No eran idiotas, no haciéndolo público
ya estaba siendo bastante piadoso, si se atrevían a ir, quién sabe lo que ese
hombre podría hacerles.
No podían siquiera asistir
a la ceremonia ¡¡mucho menos a la celebración en palacio!! Ambas mujeres
estaban listas para llorar sangre, ellas no sabían cómo se las arreglarían para
mantener su estilo de vida de ahora en adelante.
Contrario al actual
estado de ánimo de Serena y Debora, el hombre encapuchado que observaba
discretamente la boda desde la multitud en la puerta de la iglesia sonrió
suavemente, al ver a aquel jover rubio ser tomado entre los brazos de un
castaño que besó suavemente sus labios. Suspiró con un poco de alivio, Desya
parecía estar bien, solo con ese conocimiento era suficiente para regresar a su
lugar en el bosque, se dio media vuelta y escabulléndose entre la gente tomó su
caballo para marcharse, pero unos ojos azules lograron verlo, unos ojos azules
que no estuvieron nada felices de ver que su mascota se había escapado de su
prisión.
Por su parte, Desya
y Maximiliam acababan de casarse, un beso había sellado el contraro y el
príncipe sostenía al rubio contra su cuerpo satisfecho de su ‘adquisición’;
cuando el manto de la noche cayera volviendo el mundo penumbras, él tendría en
su habitación su luz propia, gimiendo bajo su cuerpo.
Sabía que después de
casarse solo sería cuestión de tiempo el domar a su ladronzuelo, pero sin duda
el que su propia familia lo rechazara había ayudado bastante, por el momento
Desya estaba destrozado y se aferraba a él como un náufrago a su tabla, para
cuando superara la depresión sería demasiado tarde, ya se habría adueñado de
cada molécula de su ser.
Aquella tarde la
fiesta se celebró en grande en el castillo, las damas y cortesanas bailaban por
todo el salón, simplemente todo el pueblo estaba invitado para el convite,
Desya solo se mantenía junto a su marido. A Maximilian por supuesto no le
molestaba, lo mantenía sujeto por la cintura incitándolo a recargarse en él y
Desya no podía esperar a refugiarse entre aquellos brazos protectores.
El castillo estaba
repleto de gente, pero he ahí que su soberano no se encontraba presente, de
hecho estaba cabalgando bosque adentro, donde desde hacía años se había
prohibido la entrada por protección a
los siervos del rey, solo los soldados más allegados y de más confianza de la
corte podían cabalgar por aquellos senderos.
Entró
estrepitosamente en la cabaña donde un hombre rubio se encontraba mirando por
la ventana, parecía ido y se sobresaltó al ver a su rey entrar de aquella
forma.
— ¡¿Por qué demonios
lo hiciste?!— parecía furioso y el otro solo retrocedió. Demonios, lo había
visto… él sabía cómo se ponía su rey cuando salía pero tenía la esperanza de
que entre la fiesta y toda esa gente no se diera cuenta de su presencia.
—Es… es mi hijo… solo
quería verlo—se justificó pero el castaño solo lanzó la silla que se interpuso
entre él y su amante, haciéndola estrellarse contra la pared.
— ¿Tu hijo? Claro,
por supuesto, te importa el hijo que tuviste con esa perra… ¿la buscaste de
paso? Ya que estabas por ahí podrían recordar viejos tiempos— acorraló al rubio,
se había encargado de debilitarlo de forma que era dominante en todos los sentidos.
—Sabes que ya no
pienso en ella— alegó lastimeramente, el otro le tomó el rostro de forma
brusca.
—¿No lo haces? ¿En
serio? ¿No sueñas con ella cuando no estoy aquí? Después de todo por ella
viniste a mi ¿no? Para protegerla…- siseó entre dientes.
—A ella y a mis
hijos… la amé… o eso creí, pero solo te pertenezco a ti ahora— habló intentando
apaciguar la ira de su rey.
—Sí, solo a mi… y
creo que es tiempo de que recibas un castigo de tu dueño… híncate— ordenó con
fuerza y el rubio le vio como si esperase que recapacitara pero los ojos del
castaño solo le indicaron que debía obedecer… lentamente sus rodillas se
doblaron y cayó hincado frente al castaño que le tomó por el cabello.
—Ahora… recuerdas
cómo se hace ¿verdad?— el rubio solo cerró los ojos con expresión amarga.
Sabía a qué se
refería, cuando lo había llevado ahí lo había obligado a hacer el mismo ritual
muchas veces.
Levantó los ojos
como esperando que su rey se arrepintiera pero no sucedió, bajó la cabeza y
besó sus botas, primero una y después la otra, se levantó y se quitó sus ropas
mientras su rey se sentaba en la cama observándolo, él se sonrojó y comenzó a
acariciar su cuerpo, sus manos pasearon por cada rincón de su piel y se
masturbó como solía hacerlo siempre que su rey se lo pedía.
—Abre más las
piernas y complácete también por detrás— el rubio apretó los ojos y obedeció… suaves
gemidos salieron de sus labios y se puso a gatas en el suelo después,
sosteniéndose con sus hombros, una mano masturbaba su miembro y la otra
acariciaba su entrada hundiendo sus dedos en su estrecha cavidad y no le
gustaba, se sentía sucio, rebajado y asqueado… peor aún, la mirada azul sobre su cuerpo todavía
le hacía latir el corazón… lo cual no hacía que se sintiese mejor, solo lo
quebraba un poco más.
—Por favor mi rey…no
más…— suplicó queriendo levantarse.
—Quédate donde
estas— ordenó el castaño— continua, me gusta verte como el perro en celo que
eres… — el rubio no volvió a mirarle, continuó con lo que hacía y el castaño le
observó, pero algo estaba mal, después de un rato en silencio decidió hablar—
Ahora acércate a mí— el rubio levantó el rostro, estaba bañado en lágrimas y al
levantarse corrió entre sus piernas un hilo de sangre, se había lastimado a sí
mismo… y el rey se quedó sin palabras… no supo reaccionar; se quedó inmóvil.
—¿Qué desea que haga
amo?— la voz del rubio se escuchó ahogada por el llanto.
—Ven aquí— le ordenó
más suavemente y cuando lo tuvo cerca lo tumbó en la cama, lo tumbó y le abrazó
contra sí— Lo lamento… pensarte con ella me descontrola…—el rubio simplemente
se acurrucó contra él soltando las últimas lagrimas que quedaban en sus ojos,
estar con el castaño siempre le había reconfortado, desde que eran pequeños…
mucho antes de que sus padres le presentaran a la que sería su prometida, desde
antes de que se casara y nacieran sus hijos, desde antes de que su amigo se
volviese rey y le recluyera en aquella cabaña como propiedad suya, desde mucho
antes de todo aquello, desde antes los brazos del castaño siempre habían sido
cálidos…
—Desde el momento en
que pisé esta cabaña, no volví a pensar en ella… tu ocupas todos mis sentidos…
pero mi hijo… por favor que no pase por esto… no me importa si me humillas… te
necesito más que al aire… pero él… él no se merece eso…— Alastor pensó que
aquellas palabras lejos de ser halagadoras le pesaban en el alma, Miller lo
decía constantemente “te necesito” pero aquellas palabras siempre sonaban a
condena.
—Desya… es el único
hijo que tengo… ¿crees que no lo sé? Serena no es mi sangre, mi mujer ya me
engañaba bastante antes de que ella naciera- murmuró.
—No pensé que lo
supieses— Miles acarició descuidadamente el cabello de Miller. Este se quedó en
silencio donde estaba, no se movía de los brazos del otro para no molestarlo.
—Vivíamos en el
condado por aquel tiempo, cuando supe que me engañaba Desya tenía un año así
que decidí mudarme al pueblo-. Se encogió de hombros, jamás le había importado.
Por aquellas fechas Miller
vivía aún en el condado y ya había comenzado a darse cuenta de que no amaba a
su esposa como había creído hacerlo, a veces lo único que le animaba a volver a
casa era la imagen de su hijo.
Alastor
constantemente le invitaba a palacio, bebían, salían de caza o simplemente
hablaban, se culpaba del fracaso de su matrimonio así que solo pensó en estar
cerca de su amigo y distraerse haciéndose de la vista gorda mientras su esposa
le engañaba, con tal pensamiento se mudó al pueblo nuevamente cuando ella
decidió que necesitaba vivir en la ciudad.
Para Miller estar
con Alastor era perderse en el tiempo y a veces pensaba que de tener a Desya
con él en aquellas salidas seguramente no volvería a su casa, pero su esposa no
era tan tonta, jamás le dejaba sacar al niño y él, algo culpable por su falta
de amor por ella le complacía, igual que después perdonó cada infidelidad sin
siquiera mencionarlo, hasta que había sucedido lo inevitable, hasta que el
hombre que siempre había sido su amigo se había vuelto rey y entonces las cosas
habían cambiado.
Alastor ahora no
solo era su rey también era su amo y hacía mucho ya lo había aceptado. Había abandonado
a su pequeño para protegerlo de los celos de su amo, el que no diferenciaba el
amor de amante del amor de padre, para él cualquier cosa que le robase un poco
de su atención era su enemigo pero aunque quisiera él no podía sacárselo de su
cabeza. Por suerte aunque le había valido un castigo había podido ver a su hijo
aquella tarde, no parecía infeliz mientras se casaba, tal vez su historia fuese
diferente.
Muchas gracias por un capi mas chicas! ojala y el Rey recapacite y trate como se debe a Miller. Besosss
ResponderEliminarLu Malandro
Mil gracias.... Por este nuevo capítulo....
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